Este mes, como la mayoría de los padres en edad de educar, estoy muy sensible con el asunto de los libros de texto. No es de recibo que un alumno de segundo de Bachillerato -caso de mi hijo mayor- tenga que desembolsar alrededor de 250 euros para hacerse con los 8 libros que cubren las materias del curso. Los de la ESO son un pelín más baratos. Los de mi hija pequeña no han llegado a los 200 euros, pero siguen siendo un pico en estos tiempos que corren. Mientras, en Estados Unidos, los libros son un apoyo importante en la educación pero no una carga para los padres. De hecho, pertenecen a la high school, y los van heredando los alumnos de curso en curso. En algunos centros, eso sí, te piden una fianza de 100 dólares por si algún estudiante díscolo destroza el material. Entonces lo paga.
Pero volvamos a nuestra España. Sin becas de ayuda, en plena guerra del tupper para aligerar los costes familiares y con la subida del IVA al 21% en material escolar, pocas asociaciones de padres y maestros han puesto el frente educativo en el negocio de los libros de texto. Un oligopolio que roza lo inmoral por los altos precios que aplican; más de 40 euros por libros de poco más de 300 páginas editados en 2008… Y aquí no hay bajadas, ni guerras de precios ni nada que se le parezca.
Y es que por el coste de los libros un sólo año, podemos hacernos con holgura, con un tablet clase media tipo los nuevos de Amazon o Google recién presentados. Y además de abaratar de forma drástica el continente de los contenidos educativos con el consecuente ahorro ecológico, ahorraremos a nuestros hijos portar de arriba a abajo mochilas con cinco o seis kilos. Sin contar de las decenas de aplicaciones que pueden tener estos dispositivos para nuestros hijos: test interactivos, wikipedia a todas horas, apuntes on-line, Internet… Claro que hay riesgos. Seguro que a más de uno le da por jugar a dos manos o conectarse a páginas de adulto pero ahí está la habilidad del profesor y del sistema educativo para motivar al alumno.
Lo cierto es que convertir un libro actual a formato ebook es cuestión de horas si se mantiene la estructura actual, estática tipo PDF, pero totalmente válida para estudiar, subrayar, etc. Si se quiere hacer un auténtico producto multimedia, con interacción online, infografías, vídeos, etc.. la tarea puede durar unos meses. Y los canales de distribución a través de Internet, las populares Appstore, Google Play, Amazon Store… funcionan de vicio y estarían encantados de distribuir estos contenidos.
En fin, si la industria editorial no da el paso de incentivar la transición al libro educativo digital debe ser el Gobierno el que lo tenga en sus prioridades. Por el bien de todos, alumnos, colegios y padres.
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