Ayer visité uno de los mayores centros comerciales de Toronto, el Square One, una maravilla con más de 1.000 tiendas provocando el consumismo. Toronto, como la mayoría de las ciudades del este americano, está preparada para vivir a cubierto la mitad del año. Por eso la profusión de centros comerciales y galerías subterráneas.
En Square One, deformación profesional, me acerqué a la Apple Store a brujulear. La verdad es que la globalización nos hace casi iguales, con los mismos productos y costumbres. Me sorprendió una ordenada cola de unas doscientas personas autogestionada (se iban pasando los números de uno a otro). Pregunté y me enteré que era para comprar el iPhone 4 libre, que a diferencia de los USA que lo explota en exclusiva AT@T, en el país de los Alces se explota libre. Para más señas, 659 dólares canadienses la versión de 16 GB y 769 dólares la de 32 GB que, aplicando cambios, supone un 30 % más barato que en Europa.
Iluso de mí me puse en la cola tras chequear disponibilidad. Craso error. A la media hora de cola, esta había avanzado dos posiciones y la familia en pleno se plantó. Había que ir a Niagara Falls, mucho más excitante que gastar unas horas en un mall. Así que sigo -espero que por poco tiempo- con mi iPhone 3G.
Por cierto, da gusto moverse hoy día por los USA y Canadá desde el prisma de acceso a Internet. En todos los hoteles que he estado, buenos y malos, hay Wi-Fi gratis, así como en numerosos locales públicos. Apuesta segura para el reposo y consultar los correos son MacDonald’s y Startbucks, pero hay otros muchos cafés que hacen las veces. Por no hablar de las Wi-Fis públicas, comunes en museos, bibliotecas…