Llevo doce días en Dominicana, intentando desconectar de crisis, webs, trabajo y rollos varios, que ya tocaba. Y por ahora lo he conseguido abandonando incluso este blog y eso que ponerlo al día era uno de los objetivos de este verano. Pero me ha podido el ritmo bananero y relajante que impera en el Caribe. Eso y el poner kilómetros de por medio y hacer ruta, conocer el país a fondo, bien acompañado con mi mujer y mis hijos.
Llevaba cuatro años sin volver a uno de los paraísos del Caribe más espectaculares y desconocidos. Y digo desconocidos, a pesar de que media España ha pasado por Punta Cana, vía esos paquetes cerrados a precios de saldo donde uno va desde el avión al hotel a comer a dos manos y a beber a cuatro y que como mucho sale del recinto a dar una vuelta en Quad por 50 dólares o al centro comercial para guiris, para que lo atraquen a conciencia.Aún con estas, Punta Cana es un área preciosa, con una playas de ensueño y unos resorts de lujo, auque yo me quedo con Samaná, Cabarete y otras playas y pueblos idílicos que he descubierto estos días cruzando el país de punta a punta.
Pues eso, en esta desconexión caribeña me he encontrado una república Dominicana mucho más avanzada –Santo Domingo es una señora ciudad con sus más de tres millones de habitantes-, con WiFI en casi todos los sitios, con celulares, iPhones y 3G y que mira con un ojo a España y otro a Estados Unidos. Lo único que me ha disgustado es el racismo, latente en toda la sociedad dominicana, contra los haitianos. Y es que en Haití, el país vecino, las cosas no andan bien. La pobreza es extrema y no les queda otra que cruzar la frontera y hacer los trabajos que los dominicanos no quieren, y a sueldos de saldo.
El dominicano aspira a cruzar el minicharcho –la terrible poza de la Mona que cada año se traga a más de 1.000 personas- que les separa de Puerto Rico y para el haitiano el futuro está en entrar en la República Dominicana. Me comentaba un taxista (negro para más inri) que Punta Cana parecía a las 7 de la mañana el mar negro por las hordas de haitianos camino del trabajo en los hoteles. En fin, que en todos los sitios cuecen las habas del racismo.
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