Habré estado unas 100 veces en la T4 desde su inauguración a principios de 2006 pero hasta ayer no he sido consciente de toda la tecnología que esconde esta terminal modelo en el mundo. Gracias a la YPO (organización de la que mi mujer es miembro) pude ver la cara oculta del nuevo Barajas, un aeropuerto que ya se sitúa, por volumen de viajeros, como el tercero de Europa y el décimo del mundo. Y sigue al alza. Gestionado por Aena, la T4 deslumbra por sus grandes cifras: con sus 500.000 metros cuadrados construidos, 53 millones de pasajeros al año, 50.000 maletas tratadas al día, 19.000 plazas de parking públicas, 20.000 trabajadores…
Los directivos de la T4, en pleno, nos enseñaron lo que no se ve cuando se embarca: la sala de crisis (un nombre un poco raro para un cuarto dotado de todas las tecnologías y pantallas inimaginables donde la única crisis que se ha gestionado ha sido la del atentado de ETA), la sala de coordinación donde todos los estamentos que tienen que ver con el día a día del aeropuerto (seguridad, compañías aéreas, Aena…) comparten información y toman decisiones en tiempo real, pasillos ocultos, atajos…
Espectacular algo estratégico en todo aeropuerto: el sistema automatizado de tratamiento de equipajes (SATE) diseñado por Siemens. Más de 96 kilómetros de carriles interconectados de algo parecido a una montaña rusa donde cada maleta va en un compartimento a una velocidad de 10 m/s. Y al final, aunque más lento de lo que nos gustaría, la mayoría llega a su destino. Sólo hay incidencias en un 8 por mil, un ratio de los más bajos del mundo. Por descubrir, hasta el restaurante El Madroño, un primera división con una cocina sofisticada que se encuentra cerca de el embarque del puente aéreo. Una isla de tranquilidad para comidas de ocio y negocio. En definitiva, polémicas iniciales aparte, es para estar orgullos de nuestro aeropuerto, un símbolo de modernidad y un claro dinamizador de la economía madrileña y española.